Perfiles de los candidatos

La Favorita

Fue recién en la campaña por el segundo mandato de William Jefferson Clinton como gobernador de Arkansas cuando su esposa Hillary Diane Rodham comunicó formalmente que comenzaría a usar el apellido de su marido, el mismo que planea reinstalar a partir de enero del año próximo en la Casa Blanca.

Egresada de Yale como abogada, con un compromiso político que se expresó en la época de la secundaria en distintas publicaciones y se afianzó como asesora parlamentaria apenas rindió la última materia de Derecho , la vida de la mujer nacida en Chicago que aspira a convertirse en la primera de su género en lograr la Presidencia de los Estados Unidos, parece solo un largo ensayo para quedarse con el papel principal de la obra más difícil.

Con un curriculum voluminoso e indiscutido, Hillary ofrece a la consideración de los votantes dos períodos como senadora por el Estado de Nueva York –elegida en el 2000 y el 2006– y su servicio como secretaria de Estado entre el 21 de enero de 2009 y 1 de febrero de 2013. A los 69 años sabe que los comicios del 8 de noviembre son su última oportunidad y trabaja en consecuencia, en medio de un clima inusualmente raro porque ni una sola vez estuvo abajo en las encuestas, tiene el apoyo de los medios más poderosos, un rival inefable, y sin embargo nadie se anima a levantarle el brazo.

Con cintura de estadista, la aspirante demócrata ha esquivado escándalos y conflictos lo bastante intrincados como para forzar renuncias o, al menos, mellar las chances del candidato mejor preparado. Empezando por el final, para mencionar lo más fresco en el ánimo de los electores, está el asunto de los mails que envió a través de un servidor privado cuando dirigía las relaciones exteriores de Washington y estaba obligada a usar el oficial para proteger el intercambio epistolar.

De la misma época es el ataque al consulado de Bengasi que terminó en la muerte del embajador Christopher Stevens y heridas a 12 personas. Ella se hizo cargo de fallas de seguridad pero defendió a capa y espada sus directivas. Mucho antes, en la etapa que los Clinton dieron el salto de Arkansas a la Casa Blanca, consiguieron equilibrar las cargas cuando rivales internos y partidarios, así como parte de la prensa , les enrostraba su participación en la aventura inmobiliaria que se conoció como el caso Whitewater, un negocio fallido que terminó con varias reputaciones –incluido el sucesor de Bill en la gobernación– y de la que el matrimonio emergió con lesiones menores.

Pero no hay un solo asunto político o financiero que pese en la historia de Hillary como su participación en el escándalo Lewinsky cuando era primera dama. Mónica, como todo el mundo recuerda, era la pasante con la que Bill mantuvo un apasionado romance que le costó un juicio público y televisado, y que su mujer prefirió describir, inicialmente, como “una vasta conspiración de la derecha”.

Cuando las pruebas se tornaron abrumadoras, de pie junto al presidente, con esa mezcla perfecta de dignidad ofendida y callada resignación, la esposa engañada terminó cosechando la admiración de la mayoría ciudadana que aplaudía su compromiso familiar. Precisamente ese episodio, que le ganó la complicidad de los más conservadores y mayores de 50, le juega en contra ante la nueva generación que ve fría especulación donde otros avizoraban sacrificio.

“Después de todos estos años, él sigue siendo la persona más interesante, energizante y plenamente viva que yo he conocido”, escribió Hillary en su autobiografía de 2003, además de asegurar que “el amor (por Bill) ha persistido por décadas”. Es difícil saber si alguien le cree; probablemente, a esta altura, a la gente no le interese tanto la descripción romántica como la posibilidad de ser testigos del retorno de la pareja al poder.

Los demócratas saben que, al igual que cuando consiguieron nominar al primer presidente negro del país, están ahora a un paso de seguir haciendo historia con una mujer, pero el frío glacial que suele rodearla desalienta ese fervor que encendía los corazones cuando Barack tomaba la palabra. Hillary está preparada y es sólida pero muchas veces da la impresión de que la multitud que la rodea no se le acerca por temor al rechazo.